Adaptado de: El hombre de la caja 7
Autor: Juan Jesús Priego.
Los seres no son nunca intercambiables; sí lo son, en cambio, los trabajadores.
En la oficina no soy nunca necesario; soy imprescindible únicamente en el amor, en la amistad y en el seguimiento de mi íntima vocación; sólo ahí nadie más puede usurpar mi puesto. Sólo en estos ámbitos soy único e irrepetible.
Si lo que hago en la oficina concuerda con la idea que tengo del amor, si fomenta la amistad, si me permite realizar mis anhelos más profundos, entonces la oficina es sacrosante. Pero si no, no vale la pena sacrificarle el amor, la amistad, ni la vocación.
¡Qué malos negociantes somos los hombres! Damos la vida, y lo único que recibimos a cambio de ella es una cantidad de dinero que nunca nos alcanza ¡Damos lo irrecuperable a cambio de unos cuantos billetes arrugados que tan pronto como llegan se van!
Conviene recordar esta verdad. Conviene recordarla para no equivocarnos y darle al César lo que es de Dios. La misión más noble que puede un hombre realizar es saber dónde es insustituible y dónde no, para que el César no reciba nunca más de lo que merece.
«Con cada hombre llega al mundo algo nuevo, algo primero y único -escribió el filósofo judío Martín Buber en El camino del hombre-, cada uno en Israel tiene la obligación de considerar que él es único en su género y que, en el mundo, nunca existíó un hombre idéntico a él. En efecto, si en el mundo ya hubiera existido un hombre idéntico a él no tendría motivo para que estuviera en la tierra»...
"No tuvo amigos". "No amó a nadie". "No tuvo nunca tiempo para las cosas verdaderas. Todo fue para él correr, agitarse y llegar tarde". Si va a ser esto lo que piensen de mí los dos o tres compañeros que asistan a mis funerales, habré vivido en vano.
Autor: Juan Jesús Priego.
Los seres no son nunca intercambiables; sí lo son, en cambio, los trabajadores.
En la oficina no soy nunca necesario; soy imprescindible únicamente en el amor, en la amistad y en el seguimiento de mi íntima vocación; sólo ahí nadie más puede usurpar mi puesto. Sólo en estos ámbitos soy único e irrepetible.
Si lo que hago en la oficina concuerda con la idea que tengo del amor, si fomenta la amistad, si me permite realizar mis anhelos más profundos, entonces la oficina es sacrosante. Pero si no, no vale la pena sacrificarle el amor, la amistad, ni la vocación.
¡Qué malos negociantes somos los hombres! Damos la vida, y lo único que recibimos a cambio de ella es una cantidad de dinero que nunca nos alcanza ¡Damos lo irrecuperable a cambio de unos cuantos billetes arrugados que tan pronto como llegan se van!
Conviene recordar esta verdad. Conviene recordarla para no equivocarnos y darle al César lo que es de Dios. La misión más noble que puede un hombre realizar es saber dónde es insustituible y dónde no, para que el César no reciba nunca más de lo que merece.
«Con cada hombre llega al mundo algo nuevo, algo primero y único -escribió el filósofo judío Martín Buber en El camino del hombre-, cada uno en Israel tiene la obligación de considerar que él es único en su género y que, en el mundo, nunca existíó un hombre idéntico a él. En efecto, si en el mundo ya hubiera existido un hombre idéntico a él no tendría motivo para que estuviera en la tierra»...
"No tuvo amigos". "No amó a nadie". "No tuvo nunca tiempo para las cosas verdaderas. Todo fue para él correr, agitarse y llegar tarde". Si va a ser esto lo que piensen de mí los dos o tres compañeros que asistan a mis funerales, habré vivido en vano.
Leído en: La Red. Semanario de la Arquidiócesis de San Luis Potosí. Año 3, no. 122. Pág. 13