2014-02-28

Y la puerta se cerró...




El ocaso, aquí, estuvo representado por la luz de los reflectores extinguiéndose. Nada tan dramático como la muerte y, sin embargo, en una forma desconcertante, para mí fue algo parecido. Culpen ustedes a la costumbre de que al terminar una gestión papal sigan funerales.
La primera vez que leí el nombre Ratzinger no fue, háganme el favor, ni en mi parroquia, ni en ningún libro católico; sino en una librería de denominación Evangélica y fueron ellos, y ya no me acuerdo quién más, los culpables de que yo considerase a Ratzinger un Jesuita (una historieta lo mencionaba como tal en el sentido "conspiracional" puro -ya saben: el Santo Oficio del siglo XX reloaded). Tal idea se grabó en mi mente a tal punto de que por mucho tiempo no pude pensar en Ratzinger sino como "El Papa Negro"; cosas del subconsciente. Buena suerte para mí que llegase a portar la sotana blanca.
La segunda ocasión que me topé con el, entonces, cardenal también fue, obviamente, en un sitio web evangélico, a raíz de la publicación de un documento titulado "Dominus Iesus", cuyo efecto en aquel momento me pareció algo similar a una detonación que cimbró el ciberespacio. A mí, ignorante en cuestiones religiosas como lo era y lo sigo siendo aunque en menor medida, "Dominus Iesus" me gustó y la encontré bastante aceptable; sin embargo no hablaré aquí de ello, pero baste decir que esta publicación me provocó una adicción incurable al pensamiento escrito del futuro Papa emérito.
La tercera ocasión en que supe de Ratzinger fue gracias a una colección publicada por la Editorial Vid, con motivo de una visita del Santo Padre a México. La colección en cuestión (que no era otra cosa que una enciclopedia de tres tomos vuelta 10 fascículos) reservaba para el Prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe un papel notable. Ahí aprendí que su nombre era algo para tener presente en la era del Concilio Vaticano II y el Papa Polaco.
No sé explicarlo muy bien; pero la ocasión dos y tres de mi "cruce de caminos" intelectual con Ratzinger sentaron las bases de una confianza que sólo a él he dispensado en materia de doctrina católica. De hecho, tal "encuentro", me hizo asidua lectora de los comunicados/notificaciones de la Congregación para la doctrina de la Fe que, si bien escasos, en sus tiempos fueron más abundantes que en los actuales; aunque debo confesar también que, incluso ahora, no he leído todo lo surgido de la pluma del cardenal; sin embargo, no pierdo la esperanza. Puedo afirmar, innegablemente, que Ratzinger se me convirtió en el recurso infalible cuando de encontrar orientaciones a dudas complicadas se trataba (y aclaro: en verdad eran dudas muy, muy, complicadas); leerlo me hacía dirigirme en pos de documentos correctos, siento yo; él era, por decirlo de alguna forma, la brújula que me orientaba en la dirección adecuada.
La historia avanzó y así el año 2005 me encontré mirando fascinada cómo "Josephum Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Ratzinger", se transformaba en "Benedicto XVI" y la Iglesia Católica (a ritmo de esos pasitos modosos suyos que pronto se convertirían en pisadas de Godzilla), se internaba en la Era Ratzinger.
Y confieso que, emocionada como estuve en aquel entonces, creí que lo demás sería historia; pero nunca imaginé que dicha historia tomaría tal derrotero y culminaría así: de portazo ¡Y qué portazo!
Mucho se escribió durante el pontificado de Benedicto y también mucho se ha escrito a partir de su renuncia. Tinta virtual y real ha corrido por kilómetros de ataques, contraataques, análisis, reflexiones, testimonios y demás. Sin embargo, hoy no quise dejar pasar este momento para recordar, con mis sencillas palabras enredadas, a aquel cuyas palabras han iluminado mi caminar en el Catolicismo y que, para mí, siempre será un Apóstol de la Verdad.

(Sugiero visualizar a partir de 08:52)




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