Avanzando, en el personalizado recorrido turístico que me ha dado por realizar en solitario durante mi segunda visita a Real de Catorce, y siguiendo los consejos del tríptico proporcionado por la oficinita de turismo, me dirijo hasta el Panteón Municipal: un sitio obligado de visita debido a su antigüedad.
A primera vista, nada más comenzar a subir las escaleras (las amplias escaleras) del acceso principal, me parece muy común; como cualquiera que pudiera encontrar en las poblaciones de las serranías del centro de la república. No obstante, tumbas aquí y tumbas allá puedo ver algunas cosillas diferentes, como las espigas de zacate que las adornan, contrastando contra el límpido cielo azul, de un tono tan intenso que se antoja imposible. Incluso hay alguna tumba "original", elaborada con lajas y diversos tipos de rocas que, formando un diseño rústico, le dan un aire único y pintoresco (esta fue la culpable de que me diera a la tarea de escribir mi primer novela original -misma que aún no termino-). Girasolitos por aquí y por allá, florecitas "de monte", todo contribuye a colorear la escena. Y entonces, en el punto más alto del cerro donde se localiza el cementerio, descubro la capilla. Una preciosa capilla con aire a historia y a fe.
Encontré aquí varios tesoros: una cruz antigua, unos frescos ya deteriorados y algunas decoraciones típicamente "pueblerinas" que no podían faltar; sin embargo, una de las visiones más hermosas con las que me topé, cuando estaba a punto de retirarme, fue esta:
¿Qué es?
A mi humilde parecer es la entrada a una dimensión desconocida:
Desde el interior de la capilla; entre las semipenumbras, entre las sombras lúgubres que se acentúan bajo los brillantes rayos del sol que se filtran entre los ventanales de cristales rotos, puede verse el valle completo; el camino que se recorre para llegar hasta Real y otros poblados de esa región montañosa de San Luis Potosí.
Es la salida de un mundo de sombras y la entrada a un mundo de luz y color. ¿No parece curioso que, siendo una "salida" me haya parecido una "entrada" y que, además, entre ese mundo de luz y color y las sombras se interponga una cruz?
Así son la vida y la muerte, me parece a mí: tememos la muerte, tenemos miedo de lo desconocido; pero, en realidad, y a la luz de la fe, yo me la imagino como eso: como la entrada a un mundo lleno de color, un mundo hermoso, marcado al inicio por la cruz. Un sitio sin fronteras donde se contempla todo cuanto existe y desde donde se extiende un cielo sin final.
Para muchos de nosotros es una "salida", el fin absoluto de todo cuanto conocemos y, tal vez, pensemos (no sin razón) que no puede haber más; sin detenernos a considerar que, quizá, sea en realidad, la "entrada" a la verdadera vida, y que nuestra vida actual; esa que pensamos llena de colores, quizá sea tinieblas en comparación a la vida que sigue...
Un simple pensamiento que quedó en mi desde aquel momento en que contemplé el mundo desde mis sombras y atraída por una deteriorada cruz de piedra...