2010-01-31

Reflectores, Reflejos y Reflexiones.

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Feliz Día del Señor para todos.

Hoy, ejercitando la soberbia (horrible pecado que se me da en exceso, debo admitir) quiero hablar del tema del momento, o quizás deba decir, del tema que acaparó los titulares casi desde que comenzó este año; de la tragedia de un país y ¿porqué no? del mundo.

A lo largo de estos días, el sismo en Haití ha ocupado las notas periodísticas y la agenda de organizaciones gubernamentales y humanitarias en todo el orbe. Entre tantos dime y te diré, entre tanta información, destaca una sola cosa: el sufrimiento. Un sufrimiento que ninguna cámara nos podrá reflejar en su totalidad, que ningún artículo periodístico podrá narrar a conciencia, que ninguna imagen que encabece los titulares en las publicaciones informativas impresas o virtuales en todo el orbe podrá resumir y que, posiblemente, ninguno de quienes lo han vivido en carne propia, superará jamás.

La tierra ha temblado una vez más; como no temblaba en más de doscientos años, dicen algunos, como no ocurría desde nunca antes. La que ha sido (ruda e injustamente a mi parecer) etiquetada como "la nación más pobre del Continente Americano" ahora añade a su colección de etiquetas algunas como "la peor crisis humanitaria de todos los tiempos". Y, aún así, cualquier descripción, como ya lo he dicho; se queda corta y lejana a la verdadera dimensión de lo que se nos presenta.

Haití ha quedado desnudo, al descubierto, ha sido puesto en evidencia y destazado (muchas veces inhumanamente) por analistas y activistas y todo aquel que, desde cualquier rincón de expresión (sí, incluyo este), sienta que tiene algo qué decir, que debe de decir algo.

Como he dicho al principio, los titulares han ido modificándose conforme la emergencia ya no ofrece imágenes 'shockeantes' y el día a día vuelve la información 'tediosa'. No lo estoy inventando: podemos verlo en México, por ejemplo, donde el atentado contra cierto futbolista extranjero y alguna que otra discusión política roban cámara a la desgracia colectiva.

¿Qué nos deja Haití? ¿Qué podrían dejarnos los escombros, los miles de cadáveres regados en las calles, los huérfanos, heridos, damnificados, cuyo número aumenta a cada segundo transcurrido y parece no tener fin?

Yo pienso que, para empezar, nos dejan la conciencia de un mundo que se debate entre la solidaridad y el eogísmo; de un mundo polarizado entre la riqueza y la pobreza; de un mundo tan extraviado entre la guerra y la paz que no sabe cuándo se trata de una cosa o de otra (si no, pregúntenle a los gringos, no sólo con esta emergencia, sino con Katrina y el 9-11); de un mundo que, si bien reacciona de inmediato y generosamente, no tiene la capacidad (al menos a gran escala) de reaccionar constantemente. Y aquí recuerdo lo que dice la parábola bíblica del grano sembrado a la orilla del camino: vinieron las aves y se lo llevaron; y el que cayó entre los espinos: estos crecieron y lo ahogaron; el que cayó entre las piedras: se secó por falta de humedad. Y el último, el que cayó en tierra fértil: creció y dió fruto, multiplicándose.

Esta parábola me hace pensar en el mundo y el futuro inmediato; en el compromiso no sólo hacia Haití, sino hacia toda manifestación de dolor y desgracia en los otros: ¿Seremos semillas caídas a lo largo del camino cuya atención acapararán los chismes de farándula o el último alegato político? ¿Seremos semillas sembradas entre los espinos, que defenderán siempre su propio infortunio como superior al ajeno? ¿Seremos semillas caídas entre las piedras, que simplemente crecerán en la conciencia de que no hay nada que se pueda hacer? ¿O seremos semillas fértiles, dispuestas a crecer y madurar, a vencer cualquier resistencia, a soportar sol y lluvia hasta dar fruto?

No se trata, creo yo, de olvidarse de o recordar a Haití; sino de hacer de cada desgracia un Haití, de ver lo que sucede a nuestro alrededor; no sólo lo que los medios o los rumores nos presenten; sino lo que está ahí, en silencio, esperando a ser notado y esperando, valga la redundancia, por un soplo de esperanza. Y es que los botones de muestra son interminables: desde la pobreza extrema en algunas regiones de México (donde el frío invernal se sortea con un suéter ligero, si se tiene suerte), las zonas de refugiados en la franja de Gaza, la miseria de los niños en el Brasil (que un día me dijo alguien que viajó para allá: "se ponían con las narices pegadas a las ventanas del restaurante, para ver a los turistas comer") o en alguna región perdida de África (¿sabemos siquiera cuántas naciones existen en ese continente?), hasta los vecinos de junto, que posiblemente el día de hoy, no tengan ni para un kilo de tortilla. Se trata, a mi parecer, de re-descubrir el mundo, para encontrarlo no sólo caótico y enorme; sino también maravilloso y asombroso sin dejar de lado sus heridas y su constante necesidad de amor.

Esta parábola da razón de mi esperanza: de la esperanza cierta de que lejos de los titulares y las cámaras; más allá de la fotografía para la primera plana o para el archivo de la organización, existen ya (y no sólo de ahora, sino que han existido siempre) semillas que han caído en terreno fértil, personas que, desde el anonimato, han sumado esfuerzos para dar un poco de esperanza que, dramáticamente, allá en Haití, parece estar materializado en apenas unos tragos de agua y unas cuantas galletas; y no porque la logística sea estúpida, no; sino porque la necesidad es tan grande, que aún falta más, mucho más, para empezar a hablar de "vuelta a la normalidad". En la zona de dolor, la tragedia apenas comienza, y es lógico que se multiplique conforme el tiempo continúe su marcha hacia un futuro demasiado incierto como para siquiera intentar imaginarlo.

En fin, podría escribir mucho; pero en realidad diría muy poco. Y, creo que el punto no podría agotarse. En lo particular, si tengo que quedarme con algo de lo que los medios han reflejado no eligiría sino un reportaje:

Con todo y la pequeña imagen que lo ilustra, este pequeño relato me ha conmovido como pocos; y es que, se trata de un testimonio en primera línea de una persona que está allá trabajando, trabajando en silencio y en el anonimato (si se puede decir esto de un portavoz, un responsable de prensa); de una persona ocupada en lo suyo, es decir 'en ayudar', que se topa con otras que están en la misma: un grupo de rescates multinacional que intenta una de dos: salvar vidas o recuperar cuerpos, arriesgando su propia vida en el proceso. Apenas un flashazo de realidad, de esa realidad que abruma y que, lo repito, jamás podremos palpar en toda su magnitud si no nos toca vivirla.

Infinitas gracias, a todos los héroes: anónimos y a cuadro. Para ustedes, una cita tomada de la famosa novela de A.J. Cronin "Las llaves del Reino", respecto a Dios:

"¿Qué importa eso ahora?...Él cree en ustedes"

* * *


La Warri ^_~

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