2010-01-13

En brazos de Dios...

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No sé cual es el primer recuerdo que tengo de ella; pero sí sé que ese primero se convirtió en un segundo y un tercero hasta perder la cuenta.

Ella estuvo presente en toda mi vida hasta ayer; y siempre estará ahí, sin importar que se haya ido...que haya terminado su ciclo en este mundo y ahora esté ya en uno distinto, donde comenzó para ella una vida llena de alegrías sin límites, en un cielo eterno e incomparable.

Ayer, dimos cristiana sepultura a mi abuela, la mamá de mi papá; quien deja para el mundo once hijos, cuarenta y cinco nietos y otros tantos bisnietos y tres tataranietos (y corriendo la cuenta). Quien deja una huella silenciosa (como silenciosas han sido siempre las almas indígenas), aunque no por ello menos palpable y duradera.

A muchos puede parecerles extraño (y también a quienes me rodean); pero mi actitud ante la muerte es siempre la misma: una emoción difícil de contener, una especie de liberación, de regocijo que resulta difícil de cuadrar en un suceso que, a la mayoría, acarrea tristezas, tensiones y llanto; sin embargo, para mí no ha sido así, especialmente con personas que me son cercanas (mis dos abuelas, mi hermano, una tía, un maestro), y es que, entre más cerca estoy de los que parten, me parece que debo estar feliz, feliz porque ellos ya están donde todos deberíamos anhelar: en brazos del Padre.

Para mí es simple: entre más conoces a una persona, hay menos motivos para el llanto, porque estuviste ahí, siempre ahí, a su lado... y esa persona estuvo también contigo. Así que no veo motivo para llorar, al menos, no por tristeza, y pienso que debes estar feliz, feliz de haberla conocido, de haber gozado de experiencias irrepetibles a su lado, feliz por ella y por tí...

Hoy estoy feliz por mi abuela...

La recuerdo, desde allá por los ochentas, en el interior de una humilde cocina construída en barro (enjarre), cuyas paredes estaban repletas de repisas de tarro sobre las cuales colocaba, una tras otra, día tras día, las charolas del pan que elaboraba para vender.

La recuerdo con el canasto sobre la cabeza, caminando, seguida de alguno que otro nieto; y la recuerdo recortando papel de china para elaborar las cortinitas para el altar de Todos Santos.

Recuerdo también su trenza: larguísima; antes negra, después entrecana; y su dentadura postiza, decorada con coronitas plateadas. Recuerdo sus bromas, sus chistes y sus respuestas para todo aquel que intentara molestarla; sus frases favoritas, personalizadas para responder a cualquier situación; recuerdo también sus pasos: lentos y tranquilos.

Recuerdo demasiado y, al mismo tiempo, recuerdo muy poco; pero creo que el recuerdo que espero jamás borrar de mi memoria, es el sonido ronco de su canción por la madrugada, cuando, estuviera en donde estuviera, se levantaba para alabar a Dios. ¡Vaya susto! Y es que, despertarte a la una de la madrugada escuchando algo como "Bendito, bendito, bendito sea Dios..." cantado a voz en cuello, no es cosa corriente en un hogar donde poco se sabía del Santísimo Sacramento y devociones eucarísticas. Las primeras veces fueron sobresaltos, después, nos acostumbramos y ya ni nos despertaba =P

Mi abuela pertenecía a la asociación guadalupana, y también era Honoraria de la Adoración Nocturna Mexicana (asociación a la que también pertenezco), y jamás, en aquellos lejanos días, en que, durante sus poco frecuentes visitas a mi casa, le veía tomar un libro enfundado en cuero negro que ella llamaba "ritual" y ponerse a leer delante de la imagen de la Virgen, pensé que la herencia más maravillosa que me dejaría sería el aprender a orar por los demás.

"Mamá Lala" está ya en donde debe estar. Una mujer de escasa instrucción, pero con un gran corazón y que llevó una vida dedicada al trabajo y entregada a los suyos descansa ya, en los brazos de Dios...





La Warri ^_~


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