-¡Buenos días! -saluda la recién llegada citadina, atravesando con dificultad y haciéndole al gato espinado, las vías del tren. Y es que, para el visitante no es sencillo desplazarse entre durmientes, clavos y gravilla que arruina el preciado acabado de cualquier zapato de clase. Vergonzoso que lo que no consigue el hollín, la lluvia ácida y demás agresores urbanos, lo consigan unos míseros guijarros.
-¡Buen día, señito! -responde la vendedora al saludo para inmediatamente, preguntar-: ¿Cuántas van a ser?
-Deme cuatro de frijoles, seis de huevo rojo, tres de huevo verde, cinco de papa, dos de nopales, una de asado, tres de chicharrón, dos de rellena, y otras cuatro de lo demás que tenga o repetidas.
Mientras escucho la orden mi mente se transporta al principio del siglo pasado y pienso que, tal vez no era la misma dama, sino su bisabuela, la que pasara por aquí, luchando por desenterrar los tacones de los botines de la grava, camino del puesto de las gorditas fritas.
Un sencillo anafre y un comal hondo, masa, guisado y el sazón casero es todo lo que se necesita para preparar este sabroso alimento que ha desafiado al tiempo y que, incluso, ha sobrevivido a la cancelación de las rutas ferroviarias de pasajeros en territorio potosino.
-¡Viene el tren! -dice alguien más. Y efectivamente, el movimiento de la mole de acero se anuncia con el rugir característico de las ruedas desplazándose sobre los rieles.
Ahora es un tren de carga, no de pasajeros. Y la estación queda sólo como vestigio histórico de lo que alguna vez fuera una importante ruta, camino al puerto de Tampico desde la capital del estado.
De pronto, el chirriar del freno estremece el espacio, y la mole se detiene por un momento, el conductor baja (cual si se dejara el automóvil a la orilla de la carretera y no unas cuantas decenas de vagones de varias toneladas), y su primera pregunta, antes que el saludo es:
-¿Todavía hay gorditas?
* * * * *
Tiempo atrás, allá por el año 2003, una prima de mi madre nos comentó que su hija trabajaba en Cerritos y, como novedad, nos dijo que habían cerrado ya la estación, porque ya no había más trenes de pasajeros y ahora sólo eran de carga, porque una compañía había rentado o adquirido Ferrocarriles Nacionales de México.
La exclamación de mi madre y mía no se hizo esperar:
-¡Aaaaaay!¡No!
Y tampoco la respuesta de la prima quien, en un acto de gimnasia mental y percepción emocional digna de una profesional, identificó la razón de semejante explosión emotiva:
-¡Pero no se preocupen, caramba! ¡Que todavía venden las gorditas...!
^_~